El reloj marca las 18.25 y una figura aparece a unos
100 metros de la llegada. Es Elisa Forti y muy cerca su nieto Lihuel. Cruzan el
arco de llegada y en medio de aplausos se funden en un conmovedor abrazo.
Doña Elisa despliega un histrionismo que hasta ella
misma desconocía. En rigor, los aplausos se multiplican a lo largo de los 3 km
que unen el puerto con la meta. Hay corredores que la divisan y deciden
terminar la carrera con ella. A su ritmo. Ella comanda un nutrido grupos de
corredores que la sigue. No les importa el tiempo. Quieren ser testigos de una
verdadera proeza. Un ejemplo que cautivó a todos. “Esto no me lo quiero
perder. Esto no me lo voy a perder”, lanza un participante. Y Elisa
continúa en compañía de su nieto Lihuel, su fiel compañero que la siguió a lo
largo de una aventura de casi 100 km y dos campamentos que le dejaron grandes
enseñanzas.
La emoción de Elisa es la emoción de todo EL CRUCE.
Elisa es un símbolo de 80 años que corre a paso lento pero con la plena
convicción de dar un paso y otro y otro. A ella poco le importa cuánto tiempo
demora en unir cada enlace de la carrera de montaña por etapas más convocante
de estas latitudes.
“En este Cruce me di cuenta que contagiopasión en las
personas. Todo el mundo me apoyó y me emocionó mucho la compañía permanente que
me dieron. Fue una linda locura”, dice ni bien le cuelgan la medalla de finisher. Una
presea que tiene un peso enorme para la nona que corre. Esta vez, en su segunda
participación en El Cruce, decidió correr en la modalidad Solos. Sin embargo,
Lihuel Forti, su nieto de 19 años, la acompañó en cada paso que dio su nona. “No
me tenía fe. Pensé que no llegaba. Hacerlo es un orgullo enorme. Uno conoce a
su nieto, pero en estos días lo tuve mucho más cerca y lo conocí un montón a
Lihuel”, cuenta mientras se funde en un conmovedor abraza con Lihuel.
Pasan los minutos y el aplauso cerrado continúa. Se
hace muy largo en la meta. Es una música que suena extraña en medio de la
naturaleza, pero Elisa se lo merece por más que a ella le siga provocando
cierto pudor. “El Cruce genera mucha camaradería. No sólo en mi caso que mi
historia se conoció bastante por la edad que tengo. Acá todos se ayudan de una
manera tan linda que conmueve”, advierte con ironía. Y añade: “Ahora
tengo ganas de descansar un poco para recargar energías porque me gustaría
seguir corriendo. Si Dios quiere nos vemos en 2016″.
Las frases no pasan inadvertidas para nadie. La cola
para sacarse una foto con la legendaria Elisa se hace cada vez más larga. Más
de 30 personas esperan luego de correr 32 km. El cansancio no importa. Llevarse
un retrato con la nona que corre vale es un regalo que quedará para toda la
vida.
FUENTE: EL CRUCE
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