Una de
las corredoras más destacadas del panorama catalán es Ingrid Ruiz. Una gran
corredora de Cambrils que este año ha fichado con el equipo campeón de España,
el gerundense Matxacuca.
Fuente: EL MEU RACÓ DE PENSAR
El pasado
año, de la mano de Rafa Flores, Ingrid venció la Marimurumendi, la prueba
maratón de ese gran evento que es la Ehummilak, la Marató Pirineu y también se
dejo ver en la Copa del Mundo. Una corredora joven y en franca progresión a la
que habrá que seguir de cerca este año.
Pero
antes que corredoras, son personas y son mujeres. Y las mujeres en esta
sociedad tan avanzada en la que vivimos tienen un problema muy grande. O mejor
dicho, lo tenemos todos. Porque si ellas tienen miedo, la culpa es nuestra.
Esta es
su reflexión:
NO QUIERO
SER VALIENTE.
He decidido que no, no quiero ser valiente. La semana
pasada, por cuestión de horarios y compatibilidades diversas, me tocó ir a
entrenar sola. Me tocaban dos horas y media de montaña, un entrenamiento que he
hecho miles de veces: a veces acompañada, a veces compartiendo coche hasta el
lugar de inicio y si, muchas veces sola. Y como hacía tiempo que no me pasaba,
fui con miedo.
Si he de ser sincera, y eso es lo que pretendo con esta
entrada, cuando comencé a correr por montaña me daba miedo ir sola. Además,
familiares, amigos y conocidos me recomendaban que no lo hiciera nunca. Una
chica sola por la montaña, que inseguridad! Siguiendo con la sinceridad, al
principio pensaba que me lo decían por si se me aparecía algún animal, pero no,
la gente me alertaba por si me salía una persona con malas intenciones! Y
resulta que yo, que soy de las de “piensa mal y acertarás”, no había ni caído
en esta posibilidad. Me asustaba más un perro, un jabalí o hasta un ratoncillo,
que una persona.
Con el tiempo fui viendo que los que me aconsejaban tenían
razón: de quien debía de tener miedo era de las personas y no de los animales,
ahora bien, en lo que se equivocaban era en el consejo. Me gustaba demasiado la
montaña y me gustaba demasiado entrenar como para dejar escapar una mañana libre
en la que no coincido en horarios con nadie.
Y así, poco a poco, no solo fui perdiendo el miedo a
entrenar sola por la montaña, sino que cada vez disfrutaba más de la conexión
que tenía con la naturaleza por el hecho, precisamente, de ir sola.
Desgraciadamente, estos miedos y, a la vez, estos consejos
y alertas, han reaparecido a causa de los casos que las últimas semanas han
llenado los apartados de sucesos de las noticias. Obviamente me refiero a todos
los casos de mujeres atacadas por energúmenos que han aprovechado su
superioridad física (porque psíquica, dudo que tengan más que aquél pequeño
ratón que me asustaba las primeras semanas de entrenamiento), para vejar lo que
ellos denominan el sexo débil. Ah, claro, no lo pensaba. Este es el quid de la
cuestión. El sexo que es capaz de engendrar a la humanidad y garantizar la pervivencia
de la especie, es el sexo débil. Y como tal, hay algún tipo de justificación
natural, no solo para atacarlo, sino, y lo que me parece más peligroso en
perspectiva: adiestrarlo. Adiestrarlo en la cultura del miedo.
Una cultura que en las sociedades occidentales
contemporáneas tiene mucha cabida (incluso de esto se ha sabido aprovechar el
marketing, pero eso ya es otra historia). Una cultura que hace ver que admite
que las mujeres tenemos opinión y podemos expresarla, podemos votar y podemos
participar en la vida ciudadana en el mismo grado que el sexo fuerte (será el
contrario de débil, supongo). Pero lo que no debemos hacer es ir solas. Porque
podrían atacarnos. Lo que quiere decir, al final, que si acabamos yendo, a
pesar de todos los imputs que recibimos por doquier, tenemos que acabar
asumiendo el riesgo de hacerlo (los hay que, incluso, dicen que quizá nos gusta
un poco este riesgo). No, si al final necesitamos al príncipe azul para
protegernos y acompañarnos a todos lados y así, de paso, no terminamos nunca de
ser autónomas del todo, que todavía seria peligroso (aunque me huele un poco
mal pensar en para quien o por que seria peligroso exactamente).
Cada vez que vamos a la montaña asumimos
riesgos, algunos días más y otros menos: riesgos asociados al entorno natural,
a las condiciones meteorológicas y a nuestra propia condición física. Y estos,
estos son los riesgos que quiero continuar asumiendo. Ni uno más.
No quiero ser valiente por haber asumido
un riesgo que no es natural, sino que es impuesto por la sociedad que hemos
construido: el riesgo a poder a poder ser atacada. Pero es que no solo no
quiero asumirlo, sino que no quiero ni pensarlo.
Y por qué? Pues porque no tengo porque
hacerlo. Porque no hay ninguna razón lógica que justifique que lo tenga que
hacer. Y por eso no quiero ser valiente, porque la valentía es enfrentarse a
los propios miedos, no a los miedos impuestos. Por eso, como tantas otras
chicas, seguiré yendo a la montaña, seguiré disfrutando de los entrenamientos
sola y seguiré haciéndolo asumiendo el riesgo que me caiga un chaparrón, que me
desoriente y me pierda, o que me aparezca un ratón y me asuste, pero no quiero
asumir riesgos que no son reales.
El problema no lo tenemos nosotras, el
problema lo tienen aquellos que se creen que la superioridad física les otorga
una superioridad moral para manipular la voluntad de quien tienen delante. Y no
es solo un problema del sexo no-débil porque se alimenta desde muchas
perspectivas: publicidad, roles de género asumidos, micro machismos
normalizados y un larguísimo etcétera que aceptamos con los ojos cerrados y
que, la mayoría de veces, nos pasan por alto.
Ya es suficiente. Ni una más muerta. Ni
una más atacada. Y no menos importante, ni una más con su voluntad manipulada.
Ni una más con miedo. Debemos poder hacer lo que creemos y queramos. El cambio
se encuentra en nuestras decisiones diarias y no lo hemos de olvidar. Se están
pasando límites inimaginados: ahora es el momento de cambiar. Y es que parafraseando
a Zoo (y con su permiso, cambiando el género): "Van a comérsela doblada,
los que nos quieren calladitas y obedientes!"
Fuente: EL MEU RACÓ DE PENSAR
1 comentario:
Bravo!!! Esta chica piensa y escribe todavía mejor de lo que corre por la montaña. Lo comparto.
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